Entras en calma en la zona que, mía, sigue siendo tuya;
en el agua que recorriendo el riachuelo,
se aprieta en la raíz de los árboles plantados a la vera.
Entras en calma, en mi corazón dormido,
y como rayo de sol alcanzas mi alma, que te aguarda.
Entras en calma, en la esponja de mi pecho,
y con dulzura recorres el huerto de amor,
donde cosechas el fruto sin malicia de mi querer
y lo colocas en el canasto de tu mesa,
¡ansiosa de disfrutarlo! Así... en calma.
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